viernes, 21 de agosto de 2020

MARÍA, MUJER SOLIDARIA

Poco conocemos de la vida de María por los evangelios, aunque es sin duda, junto a los apóstoles, la coprotagonista de los relatos de Lucas y Juan. Más aun, son pocas las palabras que Ella pronuncia en la Biblia, pero son tan maravillosas que las recordamos con especial cariño y admiración.


En primer lugar, conocemos a María por su “sí” al Plan de Dios. El relato de la Anunciación (Lc 1, 26 - 38) nos muestra a una joven, probablemente adolescente, dispuesta a cumplir los planes del Padre. No es una obediencia ciega, pues pregunta al ángel cómo sería posible que diera a luz a un niño si no ha tenido relaciones con José. Es, entonces, un “sí” maduro, pero generoso. El Nuevo Testamento no habla de solidaridad como tal, pero hoy lo entendemos así: María fue solidaria al aceptar ser Madre de Jesús, sabiendo los riesgos que esto implicaba, ser condenada a muerte por adúltera, cuando menos.

 

La solidaridad no se conforma con solo un acto desinteresado y generoso, sino que es una actitud constante. Y así fue la vida de María, pues, una vez que se entera de que sería madre, emprende rumbo inmediato a la casa de su prima Isabel para asistirla en sus últimos meses de embarazo (Lc 1, 39ss). Este acto tan noble y, hoy en día, romantizado, fue una acción heroica y cargada de valentía por parte de la Santísima Virgen. Se cree que Isabel vivía en Ain Karin, en las montañas de Judea, a unos 125 km. de Nazaret, aproximadamente. Para cualquier persona hubiese sido duro dicho recorrido, más aún para una joven embarazada. No conocemos la historia con lujo de detalles -porque Lucas relata lo importante en términos religiosos- pero es muy probable que la mayoría de ese recorrido, María lo haya hecho a pie, a riesgo de encontrarse con asaltantes, pasando hambre y sed, sufriendo el cansancio.

 

El evangelista es enfático en mencionar que la Madre de Jesús fue a la casa de Isabel “sin más demora” (cfr. 1, 39) y que, además, se quedó tres meses con ella (cfr. 1, 56), lo que nos demuestra que la solidaridad, además de ser una actitud valiente como ya hemos mencionado, requiere de un acto urgente y permanente.

 

Otro ejemplo claro de María como mujer solidaria, es el primer milagro de Jesús en las bodas de Caná, relatado por Juan (cfr. 2, 1 - 12). Más allá de ser una acción de servicio, quisiera quedarme con la sensibilidad de la Virgen ante la realidad circundante.

 

En la mitad de la fiesta, los novios se quedan sin vino. Una situación sin tanta importancia a simple vista, pero en ese minuto, para los festejados, era una desgracia inconmensurable. María está atenta a lo que sucede, probablemente -como sencilla mujer judía- en silencio, sin llamar la atención, sin embargo, Ella se da cuenta de la calamidad que acontece y acude a Jesús, sabiendo que Él podría hacer el milagro. Es interesante que el primer prodigio de Cristo no es la sanación de un enfermo o la expulsión de un demonio, sino algo sencillo y cotidiano en el contexto de un banquete. A veces nos cuesta ver esa realidad más periódica, pero vital, no obstante, María sí lo hizo.

 

Además, María es convincente -como buena madre y como buena mujer- con Jesús, pues Juan no nos muestra una discusión con sólidos argumentos bajo los cuales María persuade a su Hijo para que haga el milagro (a pesar de que Éste le dice que aún no ha llegado su hora), sino que nos relata que luego de las palabras de Jesús, Ella les dice a los sirvientes que hagan lo que Él les diga.

 

Por lo tanto, la solidaridad exige de nuestra capacidad de observar la realidad y estar atento a las necesidades -por insignificantes que parezcan- de los demás. Pueden ser requerimientos que a nuestros ojos no tengan importancia, por lo mismo, es necesario ponerse en el lugar del otro antes de servir. Esto nos permitirá evitar caer en una caridad egoísta que solo calme nuestra conciencia, y, además, nos permitirá efectuar una ayuda real que se centre en el otro, a ejemplo de María.

martes, 24 de diciembre de 2019

NUESTRA espera


Estoy atento a la venida del Salvador, con esperanza y alegría. Como seguramente estaba la Virgen esperando. Mi corazón de niño empatiza con ese Niño que va a nacer, me siento niño por esta fecha de nuevo y mi alma, que a veces se oculta de Jesús, por un momento al menos recuerda una Nochebuena de hace años atrás, una cena navideña especial, el olor a pino en la casa, el pesebre de yeso puesto bajo el árbol, las campanas de la “misa del gallo” sonando, el sabor de las galletas de la abuela o el pan de pascua que hacía la mamá. 


Porque si hay una cosa que es clara en esta espera, es que nunca he aguardamos el nacimiento de Jesús solos: lo hacemos en comunidad. No importa si estamos solos físicamente, pues en el corazón alguna persona viene a nuestra mente y eso es suficiente para entender el misterio que aguarda esta fiesta: Dios se nos regala. 


La Sagrada Familia es una comunidad, los pastores no estaban solos, los reyes magos viajaron juntos desde Oriente… ¡Ni siquiera los ángeles cantaron solos cuando nación Jesús! Lo hicieron en comunidad.



Escarbando en la memoria seguramente todos podemos elegir una Nochebuena y a alguien que estaba ahí acompañándome, sentado a mi lado en la cena, abriendo ansioso los regalos conmigo. Tal vez un hermano que se sentaba en la alfombra junto al pino rajando el papel del regalo tan esperado… tal vez alguno de mis padres que bendijo la mesa esa noche de ese año tan especial… o quizá fue un mendigo que encontré en la calle cuando iba raudo a mi casa para cenar y sin embargo él no tenía nada que comer… seguramente compartí una Navidad con mi abuelita que preparó una cena tan rica, que se dio el tiempo de doblar cada servilleta con natural delicadeza… tal vez mi hijo que esperaba un regalo que no pude comprarle… quizá un primo con quien pasé tantas navidades, pero hoy está lejos.



Si soy capaz de encontrar al menos una persona -y de seguro fue así- puedo agradecerle a Dios por ella, por el regalo que es su vida, y sobre todo, porque tuve el regalo de esperar juntos el nacimiento del Niño Dios en nuestro mundo. Y lo presencio en el amor de mis seres queridos.



Gracias Señor, porque nacerás… ¡porque NOS nacerás!





domingo, 14 de abril de 2019

JERUSALÉN, MI CORAZÓN


Bienvenido a Jerusalén, Jesús. 
Bienvenido a este lugar sagrado.

Te abro las puertas de la ciudad santa para que seas el rey.
Te recibo como el Salvador, alzando mis ramas de palma y poniendo mis mantos en el camino del asno que te carga.
Aplaudo, me pongo en puntas de pie para verte, grito “¡Hossana, hossana!” porque sé que eres el mesías esperado por siglos.

Pero este lugar no es solo una ciudad; no es solo un camino de gente alborotada y ferviente; no es solo el espacio propicio para una proclamación brotada desde la emoción.
Este lugar es mi corazón.
Y yo, libremente, te hago un espacio en él, para vivir esta Semana Santa.

En Jerusalén, te han recibido como un rey, pero en menos de una semana te despedirán como un criminal. Condenado a muerte y asesinado de la forma más cruda y humillante conocida por la gente de tu tierra. Esos mismos que te alzaron las hojas de palma, que pusieron sus mantos a tus pies, y que cantaban al unísono, te escupirán y pedirán a gritos tu muerte en la cruz.

¡Qué frágil es la memoria humana!

Mi corazón también es así. Muchas veces te lo entrego dócilmente, pongo en tus manos mi vida, mis desafíos y, sobre todo, mis problemas. Pero cuando pareces no responder mis plegarias, no dudo un segundo en negar tu existencia, en escupir tu rostro y desdeñar tu nombre.
Hoy quiero, y me comprometo, a hacer de mi corazón un Jerusalén donde siempre serás recibido con ramos y mantas.
Pero de esos ramos que no se marchitan al cortarlos, y esas mantas que no se roen con el tiempo, ni se deshilachan con un tirón.

¡Bienvenido a mi corazón, Señor!

viernes, 11 de enero de 2019

¿DESCANSAR?


Hoy día muchas personas, al ver mi pena, me han dicho “tranquilo, Álvaro. Ahora la Sole está descansando”. Cada vez que decían eso, venía solo un pensamiento a mi mente: “¿la Sole descansando?”. Creo que no te conocían bien, o es lo que uno suele decir automáticamente en estas situaciones.

Yo te conocí hace muchos años. Eras la señora que llevaba a su hijo al Santuario para que algunos jóvenes -como yo en ese entonces- le enseñáramos sobre la Mater y sobre Schoenstatt; eras la mamá del “Jose” en los Escuderos (antes de ser “maestro”); eras la “tía Sole”… desde ese tiempo te conozco y nunca te vi tranquila, nunca te vi descansar.

Siempre terminábamos los campamentos con una misa a la que asistían los papás y tú, con Sergio, siempre estuvieron ahí: sentada en los fardos que poníamos como asientos en una improvisada capilla al aire libre, con mosquitos asechando la piel, con el sol de verano en algún campo cercano a la ciudad. Era clásico verte llegar al Santuario en el station wagon blanco a dejar o buscar a Maestro a alguna actividad. Recuerdo una vez que con pena me contaste que José Ignacio no estaría en una misa en la que recibiría el blasón de Cruzados, porque tenía un partido de fútbol y él había optado por asistir a eso por el bien del equipo. Pero también me dijiste que él iba a aprender una lección de eso… y de seguro lo hizo. Por eso, ese día “Mao” recibió su blasón solo en el Santuario. Eras, hasta el último día, la fan número uno de "la generación de Wense", de ese grupo de escuderos/cruzados/pioneros en los que estaba Jose, Mauro, Mao, Pivi, Cristián, etc. “Esa generación sí que salió buena ¿ah?” me decías cada vez que tocábamos el tema.

La vida nos siguió uniendo a la sombra del Santuario. Fueron años de compartir misas, vigilias, retiros y cuánta cosa nos vinculara a ese lugar tan amado para ti. Tu Ayinrehue. En alguna de esas conversaciones de “¿cómo llegaste a Schoenstatt?” tan típicas, me dijiste que siempre habías estado metida en la Iglesia, pero que cuando -junto a Sergio- llegaste a Schoenstatt supiste que era tu hogar. Y así lo fue hasta el último de tus días. Era raro pasar por el Santuario y no encontrarte rezando o caminando por ahí, con Sergio o tu inseparable amiga “chica Liz”, incluso en los días más difíciles, con tu bastón y del brazo de tu fiel marido, tu “monito”. Recuerdo, hace muchos años, que fuiste la primera en verme de la mano con una de mis expololas ¡cuándo estaba a minutos de pedirle pololeo! Pasaste por al lado sin decirme nada, aunque tu pícara sonrisa lo decía todo. No pasó mucho rato para que me llegara un mensaje de texto molestándome con tu característico humor negro, poco entendido por muchos.

No olvido una de tus facetas más enérgicas en Misiones familiares en Huequén ¡Qué hermosos días! Jugando, caminando, saltando, riendo, rezando, levantándose temprano, bailando… Siempre inquieta. Pero lo que más recuerdo de esa experiencia es una lección que -hoy que soy padre- atesoro profundamente: estábamos en una competencia divertida, de padres e hijos y tú viste un papá que, sin ninguna mala intención, hizo trampa para ganar y “hacerse el chistoso”. Ante eso tu dulce sonrisa cambió y le dijiste seria “los niños están mirando” con una noble claridad sobre tu rol de madre en todo minuto. Me pareció un poco grave al principio, pero, hoy que conozco a José Ignacio y a Florencia, me doy cuenta de que ese mensaje se transmitió perfecto.

¡Años más tarde Dios se encargó de hacernos compadres! Maestro me pidió que fuera su padrino de confirmación y desde ahí dejaron de ser “el tío Sergio” y “la tía Sole” y se convirtieron en “mis compadres”. ¿Qué dificultad podría haber tenido mi rol de padrino si tú y Sergio eran los papás de mi ahijado? Creo, en cierta medida, que ustedes se convirtieron extraoficialmente en padrinos míos.

A Dios no le bastó todo esto, pues años más tarde te convertiste en mi colega en tu querido Greenhouse. Ahora eras la “Miss Sole”, querida por muchos y odiada por otros. Tuvimos nuestros momentos de dulce y agraz, pero sobre todo sostuvimos conversaciones sumamente importantes y profundas. Tu preocupación porque toda la comunidad creciera en su amor a Dios era impresionante. Te vi muchas veces desilusionada y casi perdiendo la esperanza, pero eso no duraba mucho, porque pronto emprendías un nuevo proyecto.

Los alumnos nunca lo supieron, pero eras una de nuestras mentes creativas en el Departamento de Religión y Pastoral cada año cuando había que inventar algo para presentar en “el día del alumno”, y siempre destacamos con nuestros números… excepto cuando representamos “La corte de la Olla” (idea tuya), porque nos salió pésimo y nadie se rió. Al terminar el show, me miraste con cara de rabia/frustración/risa y me dijiste “¡qué cuestión más fome!”.

Tampoco lo saben tus exalumnos, pero estabas siempre pendiente de tus alumnos ateos. Tenías fama de “tenerle mala” a los ateos, sin embargo, ellos no saben, que eran los que más querías y por quienes más te preocupabas. Particularmente recuerdo ese IV° medio Oak que no pudiste acompañar a la gira, ya que apareció la primera etapa del cáncer ¡qué lindo discurso les diste en la cena de despedida de los profesores! ¡Siempre pidiéndoles que no cierren su corazón a Dios y siempre con esperanza de que te harían caso!

Tuve el regalo de acompañarte en tus bodas de plata. Sabiamente el Padre Enrique mencionó que tú y Sergio eran muy parecidos, pero muy diferentes a la vez: ambos eran “como el agua” -dijo- pero uno era un lago sereno y profundo, y otro era una cascada potente y dinámica. “Yo no lo diré -aclaró el Padre- ustedes deben adivinar quién es quién”. No fue difícil. Sergio se mantuvo incólume con su mirada en el altar; y tú volteaste el rostro hacia él bruscamente buscando alguna expresión. Luego miraste hacia atrás a los asistentes muerta de la risa... Por estas cosas me sorprende cuando la gente dice que estás descansando. ¡Si ni en misa estabas tranquila! Recuerdo una vez que tu pobre “monito” se equivocó y respondió “¡y con tu espíritu!” fuertemente en medio de una lectura (la típica de San Pablo donde todos se confunden) y tú explotaste de la risa, situación que se mantuvo durante toda la ceremonia.

Siempre te preocupabas de que el Departamento de Religión estuviera unido. Tu casa fue sede de varias comidas y encuentros. Gozaba escuchando las historias del postítulo que hicieron juntos con Manuel, de solo verlos cómo disfrutaban recordando, pelando a “ambrosito” entre otros. Nos atendías maravillosamente y cocinabas como los dioses… aunque, seamos sinceros, la mejor comida fue la que preparé yo en el Colegio: el disco de mariscos. Este último año sin ti en el Colegio repercutió en nuestro Departamento, se notó tu ausencia. Aunque tu desorden, perdón, tus carpetas, estuvieron hasta hace poco en el estante. Nos reímos al guardar y botar un montón de cachureo guardado hace años, en ese mismo lugar que arreglamos el mundo conversando.

Siempre muy espiritual, pero también muy humana. Nos reímos meses después, al recordar que cuando vino el Papa a Temuco y te arrepentiste profundamente de haberte ido tan temprano por el frío que hacía. Como yo era guardia papal podía pasear por todo el lugar y, cuando pasé por tu cuadrante, me llamaste desde la reja y me dijiste abrigada hasta las orejas "te pago lo que sea por un café". Te costaba disimular cuando algo no te gustaba (por ejemplo cuando te conté que iba a ser papá. Jajaja. No olvidaré jamás la cara de sorpresa que pusiste). Más de una vez me alegaste por algún curso difícil. Etc.

Finalmente llegó el cáncer. Ese que amenazó y venciste por varios años. Ni siquiera eso te hizo descansar. Cuando fui a verte a Santiago con la Paola nos atendiste tú como si nada pasara, y eso que hace poco habías estado en tratamiento. Nos preguntabas todas las copuchas del Colegio, pero sabías más que nosotros. Estabas tan feliz porque la Sofi y la Dani fueron a verte ese mismo día… y antes la Conty …y antes otras exalumnas... y antes otros más. No faltaba con quien tomarse un cafecito, de esos que tanto disfrutabas. Aunque no era tan buen panorama como los sagrados cafecitos con “la chica Liz” obviamente.

“¿Cómo está la salud, Miss?” te pregunté varias veces, y tú me respondías entre risas “vamos bien, dijo el pavo en la puerta del horno”. No hubo como cambiar tu humor. Te pedí que fueras a dar testimonio a Misiones y no podías, pero me diste otras alternativas “dile a los Junod o los Troncoso… aunque son más o menos no más jajaaj” me respondiste en broma. Eso fue lo último que hablamos por watsapp. Hasta el último tiempo feliz y, sobre todo, agradecida de la vida y de Dios por hacerte sentir su hija amada.

Hoy en la tarde le conté a la Celeste que tú ya te habías marchado y me dijo que le daba pena porque le gustaba cuando tú la saludabas en el Santuario. Más tarde, durante la misa que celebramos por ti, la Celeste me preguntó "¿quién es la Sole? Vas a tener que mostrarme una foto porque no me acuerdo de ella". Así que ya me dejaste una tarea importante, que mi hija no te olvide.

Tú fuiste quien preparó a mi mamá para que hiciera su alianza de amor (y a tantos otros), preparaste matrimonios jóvenes (charlas que te apasionaban hasta lo más profundo), fuiste jefa de familia junto a Sergio, fuiste a la gira de estudio con tus alumnos, el último tiempo te dedicaste a pintar con tu amiga del alma, Erna, en fin… Hoy ya no estás con nosotros, pero no estás descansando, de eso estoy seguro, porque Dios te creó para trabajar por su Reino y, a partir de hoy, lo harás desde el Cielo, como un angelito cuidándonos, pero sin descanso, no me cabe duda.

Hasta siempre tía, comadre, miss, colega, amiga, hermana en la alianza.
Quedamos en eso…

viernes, 27 de julio de 2018

DIAGNÓSTICO EQUIVOCADO


Todos los colegas dicen que tienes déficit atencional, que no eres bueno en los estudios, que te cuesta, que tal vez no pases de curso, que esto, que lo otro... Pocos ven lo que yo veo. Solo yo soy testigo de lo orgulloso que estás de haber ganado el premio de religión el año pasado y de lo decidido que estás a ganártelo nuevamente. ¡Esa es determinación!

¿Déficit atencional? Lo dudo. En misa eres de los pocos que se concentra en lo que pasa sobre el altar. Corrijo: SOLO te concentras en lo que pasa sobre el altar. A tu lado todos hablan, se ríen, conversan. Alrededor puede caerse el mundo, pero tú estás tan inmerso en el milagro que sucede frente a ti, que nada parece perturbarte. Es tanta la concentración en la eucaristía que, casi como flotando, te sales de la fila, y te acercas muy lentamente hacia el altar hasta que algún profesor debe decirte “F, vuelve a tu puesto”. Solo ahí reaccionas, pero no te importa, y está bien que así sea, porque estás consiente de lo realmente importante: el milagro de la presencia de Jesús en medio nuestro por medio de la eucaristía.

¿Déficit atencional? ¡Definitivamente no!
¿Existirá algún nombre para lo que tú padeces? Me arriesgo en diagnosticar una profunda necesidad de descubrir a Dios en lo más sencillo y una focalización única en lo realmente importante.

Gracias por sufrir este “mal” que tan bien nos hace, querido "F".