Hace tres días falleció el Padre Ronaldo Muñoz sscc, el "teólogo de los pobres". Dedicó su vida a acercar a la Iglesia hacia los que más sufren y a crear conciencia de la riqueza cristiana en Latinomérica.
Ronaldo, estas palabras -que escribí hace meses- te las dedico y te agradezco lo que aprendí de ti, lo que seguiré aprendiendo y descubriendo cada vez que tome uno de tus libros escritos desde el Pueblo.
Descansa Padre.
En busca del Pobre
Que el hombre busque a Dios constantemente a lo largo de su vida no es ningún misterio ni nada nuevo. Desde hace mucho tiempo muchos filósofos y sabios han dedicado sus vidas para argumentar y sostener esta tesis.
Que el cristiano quiera encontrar a Cristo en otras personas tampoco lo es, especialmente nos gusta ver a Cristo en el “pobre”, en el “otro”, en ese que se nos presenta como muy miserable. Constantemente salimos en busca del pobre para encontrar a Jesús, para ver en su rostro sufriente y sentir que lo acompaño en ese sufrimiento.
Muchas veces visitamos a los mendigos, vamos a misionar comunidades de escasos recursos, construimos mediaguas y damos limosna en la calle… en mi experiencia en dichas situaciones he descubierto algo maravilloso: ellos nos son pobres. Estamos tan condicionados y acostumbrados a medir todo en base a lo meramente terrenal que no somos capaces de ver la riqueza en esas personas a las que “vamos a ayudar”.
¿Podría ser pobre una señora que, a pesar de no tener piso de madera en su casa, tiene una fe y una vida de oración más profunda que la de un misionero? ¿Podría necesitar algo más esa mujer? ¿Es pobre una abuelita que trabaja de guardia en una galería durante las noches por más de 30 años y, aún así, agradece a Dios todos los regalos de este día en medio del frío y de la oscuridad? No he conocido a nadie con más fe que ella, con más amor al Padre y capaz de demostrarlo a cada persona que saludara.
¿Cuántas de esas personas que antes hemos llamado “pobres” irradian una inmensa alegría? ¿A cuantas de ellas podría considerar plenamente felices? Me atrevería a decir que todas si no supiera que muchas de ellas están lejos de sus familias y eso entristece su corazón, pues ellos son capaces de valorar lo que realmente importa… pero sí, ellos son felices.
Más profundamente, hay cosas sustanciales que nos diferencian de ellos:
Ellos…
1.- Han dejado de darle valor a las cosas materiales. Cuando algo material que no tienen aparece como regalo lo agradecen, lo disfrutan y le sacan el máximo de provecho, pero no lo consideran indispensable… sin embargo han logrado valorar lo que realmente importa: la familia, los amigos, los momentos felices, Dios, una sonrisa…
2.- Ellos creen sin ver; no necesitan “meter la mano en la llaga” (Jn 20, 27); no ponen pruebas ni menos exigencias a Dios… a pesar de su condición de miseria -material- creen profunda e incondicionalmente en Dios, tienen esperanza (y sin duda eso los mantiene felices, despiertos) y tienen fe. “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29) porque ¿Qué merito tiene creer en Dios si lo tengo todo? En dicha situación ¿Cómo podría no creer en Él?
3.- Ellos dan todo lo que tienen… las pruebas de amistad y cariño entre ellos son únicas. Comparten todo lo que tienen dándonos una lección de lo que realmente significa la palabra “Comunión”, ello se sientan de corazón en la misma mesa… no dan lo que les sobra, sino lo que les falta.
4.-Ellos prescinden de nosotros. No hay duda de que nos ven como un gran y gratuito regalo, pero no somos sus “héroes” ni sus “salvadores”. En cambio ¿podríamos nosotros prescindir de ellos? ¿Dónde encontraríamos a ese Cristo sufriente sino en sus rostros, sino en sus manos?
Por otro lado, Nosotros…
1.- Creemos en nosotros mismos… los pobres creen incondicionalmente en el padre Dios, a pesar de que Él “no les ha dado nada”, mas nosotros creemos en nosotros mismos cuando Dios nos “ha dado todo”. Cuando fallamos solemos preguntarnos “¿Por qué Dios me ha hecho esto?”, pero cuando ganamos algo nos adjudicamos ese triunfo a nosotros mismos y no damos ningún crédito al Señor o a la Divina Providencia.
2.- Nosotros necesitamos de ellos.
Como ya dijimos antes ¿Dónde encontraríamos a Cristo sino en ellos? Es más, necesitamos sentirnos bien con nosotros mismos y por eso salimos a su encuentro; solo así podemos sentir que estamos haciendo algo bueno. No hay duda de que con el tiempo ese sentimiento cambia, así como el hecho de encontrar a Cristo en otras personas, incluso en uno mismo.
3.- Nosotros valoramos y necesitamos de las cosas materiales. Sin ellas nos es imposible vivir. Lamentamos la pérdida de un teléfono celular como si no supiéramos que se puede reemplazar. Nos cuesta despojarnos de nuestras pertenencias, llegamos a sentir cariño y hasta obsesión por ellas. No nos damos cuenta que lo material nos impide llegar a lo espiritual, ni que lo espiritual nos ayuda a prescindir de lo material.
4.- Nos hundimos en problemas superficiales, fijamos nuestra mirada en banalidades. Perdemos la esperanza porque se cierra una puerta y no vemos las cientos que quedan por abrir…
Esto es signo de nuestra falta de fe ¿Será posible que sintamos que la fe es necesaria solo si no tenemos nada? ¿Solo estando en el fondo del abismo?
5.- Nosotros, por último, no podemos prescindir de nosotros mismo. Siempre estoy yo en primer lugar cuando Jesús nos pide precisamente lo opuesto: “Niéguese a sí mismo” (Lc 9,23).
Por lo tanto, me atrevo a decir que nosotros somos los pobres, porque nosotros no somos felices a causa de nuestro egoísmo y nuestra falta de fe, es decir, de nuestra falta de Dios… Entonces no estamos en un error cuando queremos ir si, cuando queremos ir en busca de Dios, acudamos a nuestros hermanos “pobres”, mas si estamos en un error catastrófico si pretendemos llevar a Cristo a esas personas, cuando en lo profundo de nuestro corazón sabemos que vamos a buscarlo.
Álvaro Almendra Soto
23 Marzo 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario