lunes, 21 de diciembre de 2009

Pesebre

Siempre Navidad es el momento ideal para pedirle al niño Dios que renazca en mi corazón, pero ¿Qué me hace pensar que eso pasará, cuando conozco mejor que nadie lo poco digno que soy?
No pierdo la esperanza de que Él venga y convierta mi corazón pequeño e indigno en un Pesebre como el de Belén.

¿Por qué?
Porque el Pesebre también era pequeño, como mi corazón. En él nunca cabría la grandeza de Dios, y sin embargo sí cupo y Jesús nació ahí.
Porque el Pesebre era sucio, como mi corazón. Estaba lleno de polvo, tierra, paja y piedras. No era puro, y si nacía el Niño ahí se ensuciaría, y sin embargo fue el niño que lo purificó con su luz y lo convirtió en un lugar pulcro.
Porque el Pesebre era indigno, como mi corazón. Era el lugar menos digno en la más indigna de las ciudades. Pero ¿Qué lugar hubiese sido digno para que naciera Dios al mundo? Seguramente ninguno.
Porque el Pesebre estaba lejos de los demás. Sólo algunos privilegiados pastores y paganos estuvieron ahí junto a José y María, pero no hubo espacio para las demás personas, al igual que en mi corazón egoísta.
Porque el Pesebre fue escogido por descarte, era el único lugar disponible. Era el último lugar porque no había espacio en ninguna posada, porque nadie quiso dejar su espacio para el Niño Dios.

Si naciste en ese lugar pequeño, sucio, indigno, egoísta ¿Cómo podría perder la esperanza de que nazcas en mi pesebre interior, en mi corazón? ¡Haz de mi corazón tu Belén, Jesús!

viernes, 18 de diciembre de 2009

En Busca del Pobre

Hace tres días falleció el Padre Ronaldo Muñoz sscc, el "teólogo de los pobres". Dedicó su vida a acercar a la Iglesia hacia los que más sufren y a crear conciencia de la riqueza cristiana en Latinomérica.
Ronaldo, estas palabras -que escribí hace meses- te las dedico y te agradezco lo que aprendí de ti, lo que seguiré aprendiendo y descubriendo cada vez que tome uno de tus libros escritos desde el Pueblo.
Descansa Padre.



En busca del Pobre


Que el hombre busque a Dios constantemente a lo largo de su vida no es ningún misterio ni nada nuevo. Desde hace mucho tiempo muchos filósofos y sabios han dedicado sus vidas para argumentar y sostener esta tesis.

Que el cristiano quiera encontrar a Cristo en otras personas tampoco lo es, especialmente nos gusta ver a Cristo en el “pobre”, en el “otro”, en ese que se nos presenta como muy miserable. Constantemente salimos en busca del pobre para encontrar a Jesús, para ver en su rostro sufriente y sentir que lo acompaño en ese sufrimiento.

Muchas veces visitamos a los mendigos, vamos a misionar comunidades de escasos recursos, construimos mediaguas y damos limosna en la calle… en mi experiencia en dichas situaciones he descubierto algo maravilloso: ellos nos son pobres. Estamos tan condicionados y acostumbrados a medir todo en base a lo meramente terrenal que no somos capaces de ver la riqueza en esas personas a las que “vamos a ayudar”.

¿Podría ser pobre una señora que, a pesar de no tener piso de madera en su casa, tiene una fe y una vida de oración más profunda que la de un misionero? ¿Podría necesitar algo más esa mujer? ¿Es pobre una abuelita que trabaja de guardia en una galería durante las noches por más de 30 años y, aún así, agradece a Dios todos los regalos de este día en medio del frío y de la oscuridad? No he conocido a nadie con más fe que ella, con más amor al Padre y capaz de demostrarlo a cada persona que saludara.

¿Cuántas de esas personas que antes hemos llamado “pobres” irradian una inmensa alegría? ¿A cuantas de ellas podría considerar plenamente felices? Me atrevería a decir que todas si no supiera que muchas de ellas están lejos de sus familias y eso entristece su corazón, pues ellos son capaces de valorar lo que realmente importa… pero sí, ellos son felices.

Más profundamente, hay cosas sustanciales que nos diferencian de ellos:

Ellos…

1.- Han dejado de darle valor a las cosas materiales. Cuando algo material que no tienen aparece como regalo lo agradecen, lo disfrutan y le sacan el máximo de provecho, pero no lo consideran indispensable… sin embargo han logrado valorar lo que realmente importa: la familia, los amigos, los momentos felices, Dios, una sonrisa…

2.- Ellos creen sin ver; no necesitan “meter la mano en la llaga” (Jn 20, 27); no ponen pruebas ni menos exigencias a Dios… a pesar de su condición de miseria -material- creen profunda e incondicionalmente en Dios, tienen esperanza (y sin duda eso los mantiene felices, despiertos) y tienen fe. “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29) porque ¿Qué merito tiene creer en Dios si lo tengo todo? En dicha situación ¿Cómo podría no creer en Él?

3.- Ellos dan todo lo que tienen… las pruebas de amistad y cariño entre ellos son únicas. Comparten todo lo que tienen dándonos una lección de lo que realmente significa la palabra “Comunión”, ello se sientan de corazón en la misma mesa… no dan lo que les sobra, sino lo que les falta.

4.-Ellos prescinden de nosotros. No hay duda de que nos ven como un gran y gratuito regalo, pero no somos sus “héroes” ni sus “salvadores”. En cambio ¿podríamos nosotros prescindir de ellos? ¿Dónde encontraríamos a ese Cristo sufriente sino en sus rostros, sino en sus manos?

Por otro lado, Nosotros…

1.- Creemos en nosotros mismos… los pobres creen incondicionalmente en el padre Dios, a pesar de que Él “no les ha dado nada”, mas nosotros creemos en nosotros mismos cuando Dios nos “ha dado todo”. Cuando fallamos solemos preguntarnos “¿Por qué Dios me ha hecho esto?”, pero cuando ganamos algo nos adjudicamos ese triunfo a nosotros mismos y no damos ningún crédito al Señor o a la Divina Providencia.

2.- Nosotros necesitamos de ellos.
Como ya dijimos antes ¿Dónde encontraríamos a Cristo sino en ellos? Es más, necesitamos sentirnos bien con nosotros mismos y por eso salimos a su encuentro; solo así podemos sentir que estamos haciendo algo bueno. No hay duda de que con el tiempo ese sentimiento cambia, así como el hecho de encontrar a Cristo en otras personas, incluso en uno mismo.

3.- Nosotros valoramos y necesitamos de las cosas materiales. Sin ellas nos es imposible vivir. Lamentamos la pérdida de un teléfono celular como si no supiéramos que se puede reemplazar. Nos cuesta despojarnos de nuestras pertenencias, llegamos a sentir cariño y hasta obsesión por ellas. No nos damos cuenta que lo material nos impide llegar a lo espiritual, ni que lo espiritual nos ayuda a prescindir de lo material.

4.- Nos hundimos en problemas superficiales, fijamos nuestra mirada en banalidades. Perdemos la esperanza porque se cierra una puerta y no vemos las cientos que quedan por abrir…
Esto es signo de nuestra falta de fe ¿Será posible que sintamos que la fe es necesaria solo si no tenemos nada? ¿Solo estando en el fondo del abismo?

5.- Nosotros, por último, no podemos prescindir de nosotros mismo. Siempre estoy yo en primer lugar cuando Jesús nos pide precisamente lo opuesto: “Niéguese a sí mismo” (Lc 9,23).

Por lo tanto, me atrevo a decir que nosotros somos los pobres, porque nosotros no somos felices a causa de nuestro egoísmo y nuestra falta de fe, es decir, de nuestra falta de Dios… Entonces no estamos en un error cuando queremos ir si, cuando queremos ir en busca de Dios, acudamos a nuestros hermanos “pobres”, mas si estamos en un error catastrófico si pretendemos llevar a Cristo a esas personas, cuando en lo profundo de nuestro corazón sabemos que vamos a buscarlo.

Álvaro Almendra Soto
23 Marzo 2009

martes, 15 de diciembre de 2009

Olor a pino

Anoche armamos el árbol de Navidad en mi casa. Fue todo tan diferente.
Recuerdo haber esperado tan ansiosamente esa Noche Buena, a tal punto de haber escrito una carta al viejito pascuero en Septiembre cuando niño.
Recuerdo algunos regalos en particular ¿Cómo olvidar cuando nos regalaron el Nintendo? Ese que creíamos que no recibiríamos y estaba oculto bajo el sillón…
Recuerdo como odiaba recibir calcetines de regalo cada año.
Recuerdo ese caballito de madera en el que me balanceaba y que ahora no alcanza a albergar ni uno de mis pies…
Hasta hace pocos años el Árbol de Navidad en nuestra casa seguía siendo real, un pino natural que ensuciaba todo el piso de hojas, que costaba un mundo hacerlo entrar por la puerta de la terraza, que nos obligaba a armarlo tarde para que no se cansaran sus ramas con los días… pero que traía consigo un olor que anunciaba la llegada de la Navidad.



Cuando niño era obvio el anhelo, era obvio el querer abrir regalos, el querer descubrir al viejo pascuero (aunque hoy admito que admiro la tradición española de pedir regalos a los Reyes Magos), el deseo de que fueran las doce para abrazar fuerte a mis hermanos y a mi familia, el deseo de comer la rica cena preparada por horas…

Hoy todo es tan distinto. El pino es de plástico; no están conmigo todas las personas que quisiera que estén; los regalos ya no son importantes y en su lugar la Misa de Navidad se ha vuelto central; la Cena con los indigentes también se ha vuelto una hermosa tradición… entro a mi casa y veo adornos navideños por todos lados, pero el olor a pino no está por ninguna parte. Es muy diferente y a veces, esta fiesta, hasta pasa a segundo plano.

Cada Navidad, sin embargo tiene tres cosas que son centrales y que le devuelven el sentido para mí
En primer lugar, esperar la Navidad es siempre volver a ser niño, volver a creer en esa “magia”, volver a escuchar villancicos, volver a esperar la llegada del viejito pascuero e intentar descubrirlo, volver a abrazar a mi familia con amor sintiéndome chiquillo. Volver a recuperar la niñez y valorar la pequeñez.
Lo segundo es estar en familia. Aprovechar esa Cena de Navidad y vivirla entre los seres queridos, olvidando todas las peleas, los rencores, perdonando los errores, haciéndolos pequeños; y agradeciendo los aciertos y bendiciones, por pequeñas que sean.
Y por último, lo más importante, es que en cada Navidad nace Jesús en un pequeño pesebre, nace como Niño, indefenso, inocente como recordándonos la importancia de esa etapa de la vida, como recordándonos que existen tantos desamparados, pobres, hijos de madres solteras, sin casa, huyendo, despreciados y marginados. Nace excluido, al margen del mundo, en el límite de lo digno para devolverle la dignidad al hombre.

En cada Navidad nace el Niño Dios.
De cada uno de nosotros depende que siga naciendo.
De cada uno de nosotros depende que siga siendo Niño.
De cada uno de nosotros depende que siga siendo nuestro Dios.
De cada uno de nosotros depende que siga habiendo olor a pino en nuestros hogares y que se siga respirando la Navidad a pesar de tener pinos plásticos.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cuatro velas ¡Cuánto Re-velan!

Es esencial el poder REdescubrir y REnovar la fe constantemente. REdescubrir y REnovar el amor a menudo.
Esperar el REnacimiento del Niño Jesús en Navidad REquiere de cierta preparación más fundamental y profunda. Para eso la Iglesia nos regala el Adviento, nos pide REencender 4 velitas, una cada semana.



Pero que Jesús nazca en el corazón por manos de María es mucho más que un acto dulce y de Fe... ¡Es Dios mismo que se revela! ¡Es Dios que se nos regala! ¿Podría ser más generoso el Señor? Cuando una persona se entrega con todo su ser a los demás no dudamos en decir que es un gran acto. Con mayor razón aún si lo hace el mismo Dios, cuyo Ser es más grande que el de cualquier persona.

4 velas revelan que la Navidad del Cristo se acerca...
¿Cuánto revelo yo con mi vida que eso es así?

En el fondo, nuestra propia vida debe ser una, dos, cuatro... y hasta mil velas que den claridad al mundo y anuncien que Jesús está por nacer.



Hoy sólo vienen a mi mente estas palabras: ¡La vida, muchacho, es para arder, no para durar!

domingo, 6 de diciembre de 2009

Primer Verano VI parte

No hay duda de que la gran conclusión de todos los años es la misma: Un mes es muy poco para dedicarselo a María, a esa mujer fiel y sencilla que dedica su vida al Cristo.

Se acaba el Mes de María y una vez más me enamoro más de Ella;
una vez más me considero poco digno de su amor;
una vez más le ofrezco la vida... y una vez más sigue siendo poco.

¡Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan!