Anoche armamos el árbol de Navidad en mi casa. Fue todo tan diferente.
Recuerdo haber esperado tan ansiosamente esa Noche Buena, a tal punto de haber escrito una carta al viejito pascuero en Septiembre cuando niño.
Recuerdo algunos regalos en particular ¿Cómo olvidar cuando nos regalaron el Nintendo? Ese que creíamos que no recibiríamos y estaba oculto bajo el sillón…
Recuerdo como odiaba recibir calcetines de regalo cada año.
Recuerdo ese caballito de madera en el que me balanceaba y que ahora no alcanza a albergar ni uno de mis pies…
Hasta hace pocos años el Árbol de Navidad en nuestra casa seguía siendo real, un pino natural que ensuciaba todo el piso de hojas, que costaba un mundo hacerlo entrar por la puerta de la terraza, que nos obligaba a armarlo tarde para que no se cansaran sus ramas con los días… pero que traía consigo un olor que anunciaba la llegada de la Navidad.
Cuando niño era obvio el anhelo, era obvio el querer abrir regalos, el querer descubrir al viejo pascuero (aunque hoy admito que admiro la tradición española de pedir regalos a los Reyes Magos), el deseo de que fueran las doce para abrazar fuerte a mis hermanos y a mi familia, el deseo de comer la rica cena preparada por horas…
Hoy todo es tan distinto. El pino es de plástico; no están conmigo todas las personas que quisiera que estén; los regalos ya no son importantes y en su lugar la Misa de Navidad se ha vuelto central; la Cena con los indigentes también se ha vuelto una hermosa tradición… entro a mi casa y veo adornos navideños por todos lados, pero el olor a pino no está por ninguna parte. Es muy diferente y a veces, esta fiesta, hasta pasa a segundo plano.
Cada Navidad, sin embargo tiene tres cosas que son centrales y que le devuelven el sentido para mí
En primer lugar, esperar la Navidad es siempre volver a ser niño, volver a creer en esa “magia”, volver a escuchar villancicos, volver a esperar la llegada del viejito pascuero e intentar descubrirlo, volver a abrazar a mi familia con amor sintiéndome chiquillo. Volver a recuperar la niñez y valorar la pequeñez.
Lo segundo es estar en familia. Aprovechar esa Cena de Navidad y vivirla entre los seres queridos, olvidando todas las peleas, los rencores, perdonando los errores, haciéndolos pequeños; y agradeciendo los aciertos y bendiciones, por pequeñas que sean.
Y por último, lo más importante, es que en cada Navidad nace Jesús en un pequeño pesebre, nace como Niño, indefenso, inocente como recordándonos la importancia de esa etapa de la vida, como recordándonos que existen tantos desamparados, pobres, hijos de madres solteras, sin casa, huyendo, despreciados y marginados. Nace excluido, al margen del mundo, en el límite de lo digno para devolverle la dignidad al hombre.
En cada Navidad nace el Niño Dios.
De cada uno de nosotros depende que siga naciendo.
De cada uno de nosotros depende que siga siendo Niño.
De cada uno de nosotros depende que siga siendo nuestro Dios.
De cada uno de nosotros depende que siga habiendo olor a pino en nuestros hogares y que se siga respirando la Navidad a pesar de tener pinos plásticos.
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