“Ni esclava,
ni ama” decía una pared dentro de una sala en la Universidad luego de la “toma”
en el marco de las movilizaciones estudiantiles. Esta situación me ha dado
vueltas en la cabeza desde hace un tiempo.
¿Por qué
tenemos tanto miedo a la verticalidad? Creo que hay un mal concepto de
democracia entre nuestra juventud y nuestra sociedad, y existe una
sobrevaloración de la horizontalidad; luchamos para que todos seamos iguales (en términos de género, derecho, etnia, etc.); nos esmeramos por “tutearnos”
con todos y evitar las formalidades como el uso del “usted”… ¿Dónde queda lo
especial de cada uno, la particularidad de cada persona? ¿No hemos repudiado
por años a los nazi o a los regímenes comunistas o socialistas extremos cuando
han querido imponer una falsa igualdad?
No queremos
ser esclavos, pero tampoco queremos ser amos. No queremos ser poco, pero
tampoco queremos ser mucho. No queremos que decidan por nosotros, pero tampoco
queremos tomar decisiones.
El problema
radica en una mala entendida AUTORIDAD. Creemos que la autoridad es mala, es
signo de represión y opresión. Pero la
autoridad es una realidad natural del hombre, necesaria e -incluso- inevitable.
Es más. Hasta
en Dios está presente la autoridad, como decía hace algunos días atrás mi amigo
EJ. Jesús es HIJO, y eso no lo hace ser peor o menor que el PADRE, al
contrario, justamente lo que hace especial a Cristo es que todo le viene de su “Abbá”,
que es autoridad para Él.
Ahora, es cierto que la autoridad se gana con actos, se cultiva, se educa... no se recibe.
Es curioso
pensar que Cristo es, de hecho, SIERVO y SEÑOR.