Hace casi 3
meses te fuiste, Ricardo.
Hace menos
de un mes emprendiste tu viaje, Yasna Rocío.
Anoche dejaste
la ciudad, Fernanda.
Los tres
algún día volverán a Chile. Los tres ya me hacen mucha falta.
Admiro tu
radicalidad, Ricardo, al seguir fielmente tu vocación, al decidirte de por vida
por el sacerdocio, sabiendo que apuestas por una vida nueva y desconocida. Por
una aventura que hoy goza de poca fortuna y se rodea de hirientes prejuicios
que no hacen más que confundir. Ante eso no dudas, ni desfalleces, por el
contrario tu fe se fortalece y se anima.
Admiro tu
heroísmo, Yasna Rocío, al querer jugártela por un continente que respira
pobreza, pero late alegría. Tú, amiga, serás una señal de aquello en esa tierra,
tú que eres la que dibuja la luna nueva en tu sonrisa. Dormir en hojas de
banana, caminar cuesta arriba en la montaña, pasar hambre y cansancio no son
las mayores hazañas al lado de la superación de los naturales miedos que te
invadían/invaden.
Admiro tu
capacidad de servicio, Fernanda. Dejaste una estupenda vida, a una familia hermosa,
amigos que te queremos, un buen trabajo… Todo por una sola motivación nacida
desde el corazón: servir a Schoenstatt y a María. Movida por la convicción de
que esa Alianza de Amor te impulsa, empuja, y urge a servir.
Sé que
cuando Dios guía, uno no debería sentir miedo, porque cuando un niño toma de la
mano a su madre tiene la certeza de que ella no lo hará caer en un hoyo o
tropezar con una piedra; pero es humano que ese sombrío sentimiento ataque y
brote ante magnas andanzas que ustedes han iniciado.
Ustedes son
valientes como quisiera serlo yo. Como quisiera que lo fuera este mundo que se
asegura y no se arriesga. Admiro, por sobre todo amigos, vuestra valentía.
Sé que
ustedes volverán. Sé que nos veremos de nuevo. Sé que nos vemos cuando cerramos
los ojos y juntamos las manos… a veces con eso basta. Pero sé que volverán
distintos... en efecto, espero que vuelvan distintos, que -ustedes que ya son
buenos- vuelvan mejores, que regresen con las mochilas cargadas y las manos
gastadas. Que las piernas estén cansadas, que los hombros pesen, que la espalda
cargue… pero sobre todo, que los ojos brillen, que la boca cuente y que los
brazos abracen.
Que Dios los
siga bendiciendo. Que a través suyo bendiga a los que abracen.
Rezo por
ustedes, valientes amigos.