Siempre
quise que mi vida fuera una aventura: viajar, aprender, estudiar, compartir
experiencias…
¿Por qué?
Porque había un llamado en mi corazón como una llama que no dejaba de arder,
que me movía a que mi vida tuviera un peso, un valor… Tenía miedo de llegar a
viejo, mirar atrás y ver que no había hecho nada y que había desperdiciado mi
vida.
Quería que
mi vida valiera la pena, quería que mi vida tuviera sentido para mí y para
otros.
Ahora que te
veo a los ojos, más aún cuando tus ojitos brillantes se clavan en mi mirada, mi
vida cobra sentido. Mi vida vale la pena, mi vida tiene un sentido, mi vida me
resulta más valiosa, tanto así que la cuido más para acompañar la tuya.
Hoy que
puedo tomar tu manito entiendo para que Dios me pensó y me creó. Entiendo por
qué existo, entiendo que mi vida tiene un sentido y un valor en cuanto tú
existes, y que Dios lo predispuso de esta manera: ¡Nací para tí, Celeste!
Ahora mi
vida tiene sentido para mí, y tiene sentido para otra persona que eres tú, hija.
Llevo siendo
tu papá recién un poco más de una semana y me atrevo a decir con toda certeza
que mi vida estos días ha sido una aventura extraordinaria. Me atrevo a decir sin dudar que ésta es la mayor aventura: ser papá, ser tu papá.