Hoy día muchas personas, al ver mi pena, me han dicho “tranquilo,
Álvaro. Ahora la Sole está descansando”. Cada vez que decían eso, venía solo un
pensamiento a mi mente: “¿la Sole descansando?”. Creo que no te conocían bien, o es
lo que uno suele decir automáticamente en estas situaciones.
Yo te conocí hace muchos años. Eras la señora que llevaba a su hijo al
Santuario para que algunos jóvenes -como yo en ese entonces- le enseñáramos
sobre la Mater y sobre Schoenstatt; eras la mamá del “Jose” en los Escuderos (antes
de ser “maestro”); eras la “tía Sole”… desde ese tiempo te conozco y nunca te
vi tranquila, nunca te vi descansar.
Siempre terminábamos los campamentos con una misa a la que asistían
los papás y tú, con Sergio, siempre estuvieron ahí: sentada en los fardos que
poníamos como asientos en una improvisada capilla al aire libre, con mosquitos
asechando la piel, con el sol de verano en algún campo cercano a la ciudad. Era
clásico verte llegar al Santuario en el station
wagon blanco a dejar o buscar a Maestro a alguna actividad. Recuerdo una
vez que con pena me contaste que José Ignacio no estaría en una misa en la que
recibiría el blasón de Cruzados, porque tenía un partido de fútbol y él había
optado por asistir a eso por el bien del equipo. Pero también me dijiste que él
iba a aprender una lección de eso… y de seguro lo hizo. Por eso, ese día “Mao”
recibió su blasón solo en el Santuario. Eras, hasta el último día, la fan número
uno de "la generación de Wense", de ese grupo de escuderos/cruzados/pioneros en los que estaba Jose, Mauro,
Mao, Pivi, Cristián, etc. “Esa generación sí que salió buena ¿ah?” me decías
cada vez que tocábamos el tema.
La vida nos siguió uniendo a la sombra del Santuario. Fueron años de
compartir misas, vigilias, retiros y cuánta cosa nos vinculara a ese lugar tan
amado para ti. Tu Ayinrehue. En alguna de esas conversaciones de “¿cómo
llegaste a Schoenstatt?” tan típicas, me dijiste que siempre habías estado
metida en la Iglesia, pero que cuando -junto a Sergio- llegaste a Schoenstatt
supiste que era tu hogar. Y así lo fue hasta el último de tus días. Era raro
pasar por el Santuario y no encontrarte rezando o caminando por ahí, con Sergio
o tu inseparable amiga “chica Liz”, incluso en los días más difíciles, con tu
bastón y del brazo de tu fiel marido, tu “monito”. Recuerdo, hace muchos años, que
fuiste la primera en verme de la mano con una de mis expololas ¡cuándo estaba a
minutos de pedirle pololeo! Pasaste por al lado sin decirme nada, aunque tu
pícara sonrisa lo decía todo. No pasó mucho rato para que me llegara un mensaje
de texto molestándome con tu característico humor negro, poco entendido por
muchos.
No olvido una de tus facetas más enérgicas en Misiones familiares en
Huequén ¡Qué hermosos días! Jugando, caminando, saltando, riendo, rezando,
levantándose temprano, bailando… Siempre inquieta. Pero lo que más recuerdo de
esa experiencia es una lección que -hoy que soy padre- atesoro profundamente: estábamos
en una competencia divertida, de padres e hijos y tú viste un papá que, sin
ninguna mala intención, hizo trampa para ganar y “hacerse el chistoso”. Ante
eso tu dulce sonrisa cambió y le dijiste seria “los niños están mirando” con
una noble claridad sobre tu rol de madre en todo minuto. Me pareció un poco
grave al principio, pero, hoy que conozco a José Ignacio y a Florencia, me doy
cuenta de que ese mensaje se transmitió perfecto.
¡Años más tarde Dios se encargó de hacernos compadres! Maestro me
pidió que fuera su padrino de confirmación y desde ahí dejaron de ser “el tío
Sergio” y “la tía Sole” y se convirtieron en “mis compadres”. ¿Qué dificultad
podría haber tenido mi rol de padrino si tú y Sergio eran los papás de mi
ahijado? Creo, en cierta medida, que ustedes se convirtieron extraoficialmente en
padrinos míos.
A Dios no le bastó todo esto, pues años más tarde te convertiste en mi
colega en tu querido Greenhouse. Ahora eras la “Miss Sole”, querida por muchos
y odiada por otros. Tuvimos nuestros momentos de dulce y agraz, pero sobre todo
sostuvimos conversaciones sumamente importantes y profundas. Tu preocupación
porque toda la comunidad creciera en su amor a Dios era impresionante. Te vi
muchas veces desilusionada y casi perdiendo la esperanza, pero eso no duraba
mucho, porque pronto emprendías un nuevo proyecto.
Los alumnos nunca lo supieron, pero eras una de nuestras mentes
creativas en el Departamento de Religión y Pastoral cada año cuando había que
inventar algo para presentar en “el día del alumno”, y siempre destacamos con
nuestros números… excepto cuando representamos “La corte de la Olla” (idea
tuya), porque nos salió pésimo y nadie se rió. Al terminar el show, me miraste
con cara de rabia/frustración/risa y me dijiste “¡qué cuestión más fome!”.
Tampoco lo saben tus exalumnos, pero estabas siempre pendiente de tus
alumnos ateos. Tenías fama de “tenerle mala” a los ateos, sin embargo, ellos no
saben, que eran los que más querías y por quienes más te preocupabas. Particularmente
recuerdo ese IV° medio Oak que no pudiste acompañar a la gira, ya que apareció
la primera etapa del cáncer ¡qué lindo discurso les diste en la cena de
despedida de los profesores! ¡Siempre pidiéndoles que no cierren su corazón a
Dios y siempre con esperanza de que te harían caso!
Tuve el regalo de acompañarte en tus bodas de plata. Sabiamente el
Padre Enrique mencionó que tú y Sergio eran muy parecidos, pero muy diferentes
a la vez: ambos eran “como el agua” -dijo- pero uno era un lago sereno y
profundo, y otro era una cascada potente y dinámica. “Yo no lo diré -aclaró el
Padre- ustedes deben adivinar quién es quién”. No fue difícil. Sergio se
mantuvo incólume con su mirada en el altar; y tú volteaste el rostro hacia él bruscamente
buscando alguna expresión. Luego miraste hacia atrás a los asistentes muerta de
la risa... Por estas cosas me sorprende cuando la gente dice que estás
descansando. ¡Si ni en misa estabas tranquila! Recuerdo una vez que tu pobre “monito”
se equivocó y respondió “¡y con tu espíritu!” fuertemente en medio de una
lectura (la típica de San Pablo donde todos se confunden) y tú explotaste de la
risa, situación que se mantuvo durante toda la ceremonia.
Siempre te preocupabas de que el Departamento de Religión estuviera
unido. Tu casa fue sede de varias comidas y encuentros. Gozaba escuchando las
historias del postítulo que hicieron juntos con Manuel, de solo verlos cómo
disfrutaban recordando, pelando a “ambrosito” entre otros. Nos atendías
maravillosamente y cocinabas como los dioses… aunque, seamos sinceros, la mejor
comida fue la que preparé yo en el Colegio: el disco de mariscos. Este último
año sin ti en el Colegio repercutió en nuestro Departamento, se notó tu
ausencia. Aunque tu desorden, perdón, tus carpetas, estuvieron hasta hace poco
en el estante. Nos reímos al guardar y botar un montón de cachureo guardado
hace años, en ese mismo lugar que arreglamos el mundo conversando.
Siempre muy espiritual, pero también muy humana. Nos reímos meses después, al recordar que cuando vino el Papa a Temuco y te arrepentiste profundamente de haberte ido tan temprano por el frío que hacía. Como yo era guardia papal podía pasear por todo el lugar y, cuando pasé por tu cuadrante, me llamaste desde la reja y me dijiste abrigada hasta las orejas "te pago lo que sea por un café". Te costaba disimular cuando algo no te gustaba (por ejemplo cuando te conté que iba a ser papá. Jajaja. No olvidaré jamás la cara de sorpresa que pusiste). Más de una vez me alegaste por algún curso difícil. Etc.
Finalmente llegó el cáncer. Ese que amenazó y venciste por varios
años. Ni siquiera eso te hizo descansar. Cuando fui a verte a Santiago con la
Paola nos atendiste tú como si nada pasara, y eso que hace poco habías estado
en tratamiento. Nos preguntabas todas las copuchas del Colegio, pero sabías más
que nosotros. Estabas tan feliz porque la Sofi y la Dani fueron a verte ese
mismo día… y antes la Conty …y antes otras exalumnas... y antes otros más. No faltaba
con quien tomarse un cafecito, de esos que tanto disfrutabas. Aunque no era tan
buen panorama como los sagrados cafecitos con “la chica Liz” obviamente.
“¿Cómo está la salud, Miss?” te pregunté varias veces, y tú me
respondías entre risas “vamos bien, dijo el pavo en la puerta del horno”. No hubo
como cambiar tu humor. Te pedí que fueras a dar testimonio a Misiones y no
podías, pero me diste otras alternativas “dile a los Junod o los Troncoso…
aunque son más o menos no más jajaaj” me respondiste en broma. Eso fue lo
último que hablamos por watsapp. Hasta el último tiempo feliz y, sobre todo,
agradecida de la vida y de Dios por hacerte sentir su hija amada.
Hoy en la tarde le conté a la Celeste que tú ya te habías marchado y me dijo que le daba pena porque le gustaba cuando tú la saludabas en el Santuario. Más tarde, durante la misa que celebramos por ti, la Celeste me preguntó "¿quién es la Sole? Vas a tener que mostrarme una foto porque no me acuerdo de ella". Así que ya me dejaste una tarea importante, que mi hija no te olvide.
Tú fuiste quien preparó a mi mamá para que hiciera su alianza de amor
(y a tantos otros), preparaste matrimonios jóvenes (charlas que te apasionaban
hasta lo más profundo), fuiste jefa de familia junto a Sergio, fuiste a la gira
de estudio con tus alumnos, el último tiempo te dedicaste a pintar con tu amiga
del alma, Erna, en fin… Hoy ya no estás con nosotros, pero no estás
descansando, de eso estoy seguro, porque Dios te creó para trabajar por su
Reino y, a partir de hoy, lo harás desde el Cielo, como un angelito cuidándonos,
pero sin descanso, no me cabe duda.
Hasta siempre tía, comadre, miss, colega, amiga, hermana en la
alianza.
Quedamos en eso…