Poco conocemos de la vida de María por los evangelios, aunque es sin duda, junto a los apóstoles, la coprotagonista de los relatos de Lucas y Juan. Más aun, son pocas las palabras que Ella pronuncia en la Biblia, pero son tan maravillosas que las recordamos con especial cariño y admiración.
En primer lugar, conocemos a María por
su “sí” al Plan de Dios. El relato de la Anunciación (Lc 1, 26 - 38) nos
muestra a una joven, probablemente adolescente, dispuesta a cumplir los planes
del Padre. No es una obediencia ciega, pues pregunta al ángel cómo sería
posible que diera a luz a un niño si no ha tenido relaciones con José. Es,
entonces, un “sí” maduro, pero generoso. El Nuevo Testamento no habla de
solidaridad como tal, pero hoy lo entendemos así: María fue solidaria al
aceptar ser Madre de Jesús, sabiendo los riesgos que esto implicaba, ser
condenada a muerte por adúltera, cuando menos.
La solidaridad no se conforma con solo
un acto desinteresado y generoso, sino que es una actitud constante. Y así fue
la vida de María, pues, una vez que se entera de que sería madre, emprende
rumbo inmediato a la casa de su prima Isabel para asistirla en sus últimos
meses de embarazo (Lc 1, 39ss). Este acto tan noble y, hoy en día, romantizado,
fue una acción heroica y cargada de valentía por parte de la Santísima Virgen. Se
cree que Isabel vivía en Ain Karin, en las montañas de Judea, a unos 125 km. de
Nazaret, aproximadamente. Para cualquier persona hubiese sido duro dicho
recorrido, más aún para una joven embarazada. No conocemos la historia con lujo
de detalles -porque Lucas relata lo importante en términos religiosos- pero es
muy probable que la mayoría de ese recorrido, María lo haya hecho a pie, a
riesgo de encontrarse con asaltantes, pasando hambre y sed, sufriendo el
cansancio.
El evangelista es enfático en mencionar
que la Madre de Jesús fue a la casa de Isabel “sin más demora” (cfr. 1, 39) y
que, además, se quedó tres meses con ella (cfr. 1, 56), lo que nos demuestra
que la solidaridad, además de ser una actitud valiente como ya hemos
mencionado, requiere de un acto urgente y permanente.
Otro ejemplo claro de María como mujer
solidaria, es el primer milagro de Jesús en las bodas de Caná, relatado por
Juan (cfr. 2, 1 - 12). Más allá de ser una acción de servicio, quisiera
quedarme con la sensibilidad de la Virgen ante la realidad circundante.
En la mitad de la fiesta, los novios se
quedan sin vino. Una situación sin tanta importancia a simple vista, pero en
ese minuto, para los festejados, era una desgracia inconmensurable. María está
atenta a lo que sucede, probablemente -como sencilla mujer judía- en silencio,
sin llamar la atención, sin embargo, Ella se da cuenta de la calamidad que
acontece y acude a Jesús, sabiendo que Él podría hacer el milagro. Es
interesante que el primer prodigio de Cristo no es la sanación de un enfermo o
la expulsión de un demonio, sino algo sencillo y cotidiano en el contexto de un
banquete. A veces nos cuesta ver esa realidad más periódica, pero vital, no
obstante, María sí lo hizo.
Además, María es convincente -como buena
madre y como buena mujer- con Jesús, pues Juan no nos muestra una discusión con
sólidos argumentos bajo los cuales María persuade a su Hijo para que haga el
milagro (a pesar de que Éste le dice que aún no ha llegado su hora), sino que
nos relata que luego de las palabras de Jesús, Ella les dice a los sirvientes
que hagan lo que Él les diga.
Por lo tanto, la solidaridad exige de
nuestra capacidad de observar la realidad y estar atento a las necesidades -por
insignificantes que parezcan- de los demás. Pueden ser requerimientos que a
nuestros ojos no tengan importancia, por lo mismo, es necesario ponerse en el
lugar del otro antes de servir. Esto nos permitirá evitar caer en una caridad
egoísta que solo calme nuestra conciencia, y, además, nos permitirá efectuar
una ayuda real que se centre en el otro, a ejemplo de María.