Siempre que voy a Misiones con algún grupo de jóvenes el padre Enrique les recuerda lo importante de su propia experiencia de fe, de su relación personal con Jesús; les recuerda que ellos saben muchas cosas sobre la Biblia, sobre la vida de Jesús, sobre teología, sobre la Iglesia, etc... Y es cierto: ellos han escuchado mucho sobre todas estas cosas en misa, en retiros, en clases... cuando un tercero les dice que saben todo eso, toman conciencia de ello y lo aplican en su vida.
Con dolor veo cómo esta retroalimentación escasea en muchos de mis amigos. La mayoría de la gente que conozco la he conocido en la Iglesia y -creo que- han tenido una experiencia de fe tan buena como la mía: con el Dios de la Vida presente en cada momento; con hermanos de fe que acompañan sin dudar; con sacerdotes sabios, cercanos y amigos... Yo valoro profundamente esas vivencias que he experimentado, las atesoro en mi corazón e intento que otros también las conozcan, a pesar de que muchos me han dicho que la Iglesia es mala, que Dios no existe, que oculta la verdad, etc, etc, etc, etc, etc.....
Entiendo que quien nunca ha conocido la Iglesia en primera persona se deje llevar por estos juicios de los medios o de individuos concretos. Pero ¿por qué, entonces, algunos de mis amigos "anti-iglesia" no recuerdan la dulce experiencia que ellos vivieron en carne propia y se basan en lo que otros -que nunca han estado de este lado de la vereda- dicen? ¿Acaso su propia experiencia tiene menos peso? ¿Acaso no vale lo vivido más que lo dicho o escrito por otros ignorantes de esa realidad puntual?