Finalmente, si hubiese
que hacer un resumen del mensaje del Cristo, sólo habría que remitirse a
cualquier Evangelio y buscar qué responde Jesús cuando le preguntan el más
importante de los mandamientos (Mt 22, 34-40). No por nada este relato está en
los cuatro Evangelios, sino justamente porque era importante que todas las
primeras comunidades cristianas que tuvieran acceso a alguno de ellos, no
dejara de recibir este mensaje. Dice el Señor que los mandamientos más
importantes son amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como uno mismo.
Tan fácil como eso. Reconoce, con esto, la importancia del otro, el prójimo; y la importancia del amor universal de Dios, o en
términos interculturales, el amor multiversal
de Dios, donde cada cual es importante por sí mismo, pero dentro de una
comunidad. Un ejemplo claro de esta multiversalidad de Dios es encontrada en
los diferentes relatos en que Jesús se relaciona con extranjeros, siendo Él
judío, y siendo mal visto por los judíos establecer dichas relaciones. Por
ejemplo: Jesús y la mujer sirofenicia (Mc 7, 24-30), relato sobre el que
Dolores Aleixandre Parra, teóloga y religiosa española, basa la redacción de un
hermoso artículo titulado “Jesús y la mujer sirofenicia. Una historia desde la
frontera”[1].
Otro ejemplo es la conocida parábola del Buen Samaritano, cuyo principal
mensaje no es la solidaridad, sino la solidaridad de un extranjero, casi de un
“enemigo” para la realidad judía de antaño. Por último, y el más polémico de
los ejemplos de la interculturalidad de Cristo lo encontramos en la historia de
los sabios de Oriente que vienen a visitar al Niño Jesús en el pesebre
trayéndoles ofrendas de oro, incienso y mirra. ¿Por qué polémico? Porque,
aunque para muchos es de lo más hermoso de la Navidad, e infaltable figura del
pesebre es, seguramente, un relato simbólico, bajo ninguna circunstancia,
histórico. Justamente el relato es similar al relato de la Reina de Saba y el
Rey Salomón del Antiguo Testamento (1Re 10,1-13), cuya importancia radica en
que el mensaje de Dios es para todas las naciones. Los evangelistas repiten
este relato -tan popular entre la cultura judía- porque es necesario recalcar
ese elemento en Cristo: su
universalidad.
“Uno empieza a ser
intercultural cuando es capaz de transgredirse a sí mismo” se dijo en la
cátedra de Filosofía Intercultural,
ciudadanía y reconocimiento, y en esto, humildemente, Jesús nos lleva la
delantera por mucho: “Si alguno de ustedes quiere seguirme, niéguese a sí
mismo, tome su cruz de cada día, y sígame” (Lc 9, 23). Y lo más importante de
esta exigencia es que Él mismo la hace vida con su propia muerte.
Comunicación y
universalidad son fundamentales para entender la Filosofía Intercultural y,
como conclusión, es importante destacar que hoy en día estos elementos están
-más que nunca- sobre el tapete y son fundamentales a la hora de relacionarnos.
La fe nos puede ayudar en esta relación, aunque también, mal entendida nos
puede alejar. Lo que sí es cierto e irrefutable es que en nuestro interior hay
más que sangre, y vísceras… también hay algo que nos hace seres espirituales y
trascendentes, y ahí la religión tiene mucho que decir, no sólo la religión
cristiana, sino toda religión que busca dar respuesta a la vida del hombre…
perdón, del ser humano. Hoy la filosofía y la fe tienen mucho que decir.
[1]
Dolores Aleixandre Parra, Concilium: Revista Internacional de Teología, ISSN
0210-1041, N° 280, pág. 99-106. Estella (Navarra) 1999.