A veces, como todos supongo, dudo de la efectividad de la oración.
Dudo de la efectividad de ese "el que pide se le dará (Mt 7,7)".
Seguramente en ese afán por encontrarle un sentido a la oración como petición he descubierto algo más importante aún:
Cuando uno reza y pide a Dios -con o sin esperanza de que esto se cumpla- en verdad uno está reconociéndose pequeño, está reconociéndose hijo, está declarando que no puede sólo y que necesita de Alguien; está asumiendo su vulnerabilidad.
Alzar nuestra mirada y rogar a Dios es decir "Padre, soy hijo. Padre soy tu hijo".
Decir "Me confío en Tus Manos, porque soy débil y sólo no puedo".
Rezar es reconocerse pequeño.
A mi juicio, eso es lo más importante de la oración; no esperar que Dios cumpla lo que uno le pide, sino esperar crecer en filialidad a Él.
Dedicado con cariño a todas mis compañeras que a esta altura del año piensan en sus propias fuerzas, en sus méritos, en lo difícil de este camino. Confíense. Recen.
¡Ánimo!
Màs que las circuntancias uno cambia orando.
ResponderEliminarEl diàlogo con Dios nos fortalece.
Buen consejo, ojalà tus compañeras lo tomen.
Es verdad Ojo humano... la oración siempre nos fortalece
ResponderEliminarel diálogo también, no sólo con Dios, sino también con los otros
saludos!