Meses atrás les conté que me había titulado junto a un grupo de amigos, compañeros y hermanos. No les conté, eso sí, que en esa ceremonia hubo un momento en que cada uno debía decir un don que Dios le hubiese regalado. Yo, desbordante de la misma, dije "alegría", pero quiero corregir eso. Desde hace tiempo que vengo dándole vueltas a ese episodio y siempre llego a la misma respuesta (y lo dije aquí también): el don más sagrado y valioso que tenemos es la fe. A partir de esa inquietud en nuestro corazón surgen las certezas y dudas que impulsan nuestro caminar de la mano de Dios.
¿Cuál es el mayor don que Dios me ha dado? La fe. De ahí derivan la alegría y tantos otros.
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