Hace casi 5 años
se hizo popular entre mis compañeros de universidad la frase de MB: “Yo no vine
a la universidad a hacer amigos, vine a estudiar”. Fue y sigue siendo motivo de
risa para todos, pero hoy también es el tapaboca más grande para los que alguna
vez pensamos eso. Y es que es natural -o más bien sobrenatural- que todo grupo
humano reunido en torno a la persona de Jesús se convierta en una comunidad.
Quiero
agradecer a mis compañeros de camino en este fortalecimiento de mi vocación de
educador. Espero haber sido también una compañía grata y fértil, haber
contribuido al desarrollo y crecimiento de su fe.
¿A quién se
le ocurre estudiar Pedagogía en Religión? Seguramente muchas veces nos
preguntamos eso antes de entrar a la carrera, pero fue satisfactorio descubrir
que no estábamos solos. Fue mejor aún ir re-descubriéndolo una y otra vez a
medida que pasaban los años. Y aunque somos pocos los locos movidos por el amor
al Señor, sabemos que la tarea es grande y las manos son pocas, pero sobre todo
sabemos -y hemos aprendido- que esta tarea debe hacerse en conjunto y
acompañados. No me cabe duda que así será.
Sin duda
hemos aprendido mucho en este tiempo, pero también hemos aprendido que lo que
somos nace del don de la fe que Dios nos ha regalado. ¿Qué podemos ofrecerle a
Dios si todo lo que tenemos fue un regalo de Él? No nos queda más que darle
nuestra vida completa, no como única alternativa, sino como libre decisión.
Es verdad,
no hicimos amigos en la universidad, nos hicimos hermanos.
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