Recuerdo
haber escrito hace muchos años en la universidad un trabajo sobre el evangelio
de Lucas. El profesor me felicitó y puso mi trabajo como ejemplo ante todo el
curso. Sin embargo no obtuve la nota máxima, ya que no destaque la importancia que
el evangelista daba al Paráclito, al Espíritu Santo. ¿Cómo pude olvidarme que Lucas
y los Hechos son sólo un libro dividido por la Ascensión del Señor y la venida
del Dios Amor?
Lucas le da
un lugar especialísimo al Espíritu Santo, y recién hoy acabo de entender la
razón: Lucas no era judío. Sí, no había sido criado bajo una sola mirada de Dios,
bajo una imagen masculina de un Dios creador, lejano y varón. Probablemente no existía
en él la necesidad de salvaguardar tradiciones y mantener estructuras cuyo
sentido se había empolvado y olvidado en el tiempo. Es seguro que no cabía en
su mente la idea de una religión determinada por fronteras limítrofes.
Seguramente,
además de no entender todos los códigos judíos, Lucas era pagano y en eso
existe una riqueza incalculable. Si no hubiese habido un pagano convertido que
se animó a escribir la vida de Jesús como lo hizo este hombre seguramente
sabríamos muy poco de la Virgen María, o sobre la niñez del Mesías, o sobre la
centralidad de la misericordia de Dios. Sobre la importancia de comenzar de
cero y “volver a Jerusalén” como lo hicieran los discípulos de Emaús.
Cua ti qué, bueno bueno morci
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