
Hace unos días se conmemoró el vigésimo aniversario del muro de Berlín…
Hoy me encontré con un muro muy difícil. No tan extenso e históricamente importante como el antes citado, pero en lo personal, muy duro: Me juzgaron -una vez más- por ser shoenstattiano (no por eso es un muro difícil, sino porque la opinión vino de una persona muy querida y a quien he revelado hasta lo más hondo del corazón).
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es ser cuico.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es ser cerrado de mente.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es ser mariano y no cristiano.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es ser conservador.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es adorar al Padre Kentenich.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es sectario.
Para muchos pertenecer a Schoenstatt es ser hermético.
Sé que hay muchos hermanos en la Alianza que sí cometen estos ERRORES (y pido perdón a nombre de ellos). Pero me consuela saber que son los menos.
Me consuela saber que quienes se han formado esta opinión no se han dado el trabajo de conocer realmente MI movimiento en lo profundo… en su pedagogía, en su espiritualidad, en su riqueza de Alianza…
¡Si tan sólo se interesaran por conocer al Padre Kentenich cómo cambiaría sus vidas!
Es fácil crear muros, pero concluyo con esto, que es más fácil aún inventarlos en nuestra propia mente sin siquiera asomarnos a la vida y las personas para ver si existen en verdad.

Me consuela saber que el muro de Berlín cayó.
Me consuela saber que el “Muro que impide unirnos en el Espíritu Santo” también caerá, y no seré yo quien lo derribe, sino quien mismo lo construyó cuando sepa abrir su mente, cuando sepa abrir su corazón.
Servus Mariae Nunquam Peribit!