Este domingo 8 de Noviembre, la Iglesia comienza la celebración del Mes de María. Un mes entero dedicado a la Madre de Dios.
Tradición que viniera desde el Viejo Mundo a alojarse en tierras latinoamericanas hace ya bastantes años. Pero que, más que en el terruño mismo, se ha arraigado sin duda en lo profundo del corazón del Continente de la Esperanza y del Amor.
No quedo indiferente frente a esta celebración. En Europa se celebraba con la llegada de la primavera (del latín "prima": primera; y "ver": verano) y acá en Chile también se ha hecho coincidir, de tal manera que el sol, las flores y el renacer de la vida nos recuerden en cada instante a María, que todo resuene con su Nombre y alabanza.
¿Por qué un Mes de María y no una semana o un día?
Porque María nos ama y nos conoce tan bien que requiere tiempo para educarnos, requiere tiempo para formarnos como Ella sabe hacerlo (y como lo haría toda mujer): con delicadeza, dedicando muchos momentos del día para ayudarnos a vivir con Su Hijo, entendiendo que es un proceso difícil y lento en muchos casos, pues no todos somos como Saulo, sino más bien como Agustín.
A María se le encomendó la misión de dar a luz al Cristo, pero Ella lo acompañó hasta la Cruz.
Si a nosotros nos pidieran regalarle un día del año ¿No le ofreceríamos acaso un Mes?
Que las flores del primer verano nos recuerden siempre su pequeñez, delicadeza, pureza y hermosura. Que la lluvia nos renueve y el sol nos ilumine en este Mes.
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