Al ser
pagano Lucas valora la diferencia de los distintos miembros de la comunidad, y
no ve como un problema que haya judíos convertidos a Cristo o paganos
convertidos a Cristo, porque cada uno tiene un espacio en el Cielo si abraza al
Señor. El Espíritu sopla donde quiere y Lucas pudo darse cuenta de eso.
Me gusta
pensar en este evangelista -mi preferido- como un hombre cuya vida fue
transformada no por el Padre, ni por el Hijo, ni siquiera por el Espíritu, sino
por la Santísima Trinidad en su totalidad. Me gusta creer que él pudo entender
que Dios no se agotaba en dualidades como la de paternidad-filialidad, o de
castigador-misericordioso, ni varón-mujer, ni menos judío-pagano, sino que en
su mente estaba la certeza de un Dios que siempre es más grande de lo que se
puede imaginar. Un Dios que además no nos deja cuando asciende al Cielo luego
de resucitar, sino que permanece en nosotros hasta el día de hoy.
Como dijo el
Padre Enrique en la misa de ayer domingo: hubo un tiempo, el del Antiguo
Testamento, de reyes, profetas y sabios que fue el tiempo del Padre; hubo un
tiempo que fue del Hijo, en que vivió más de treinta años junto a los hombres;
pero desde entonces vino el tiempo del Espíritu Santo y es ese el tiempo que
estamos viviendo ahora.