“Santa y Pecadora”. Así nos denominan algunos a nosotros, la
Iglesia.
Otros más crudos no vacilan en llamarnos "santa y p*ta",
o "la p*ta de Babilonia"...
Lo que está claro es que somos un Pueblo de Dios, y al ser de Dios
somos SANTA; pero también somos un pueblo constituido por personas, y al ser
formado por personas, somos PECADORA. El mejor ejemplo -y fundamento- de esto
lo encontramos en la persona de Pedro. Él representa plenamente a la Iglesia.
Pedro es humano. Es una persona normal, pequeño, sencillo, débil.
Es el principal seguidor de Cristo y, aún así, es quien lo niega antes de verlo
morir en la Cruz. Esa negación es el mejor signo de cuan poco fieles somos al
Señor como Iglesia. En esa negación encuentran su fundamento los pecados de la
Iglesia, las faltas, los crímenes... los errores de la iGLESIA... con esto no
sólo me refiero a los sacerdotes pederastas, sino a los errores de todos
nosotros; desde copiar en las pruebas o decir una “mentira blanca”, hasta los
errores de políticos católicos que aprueban la ley de aborto, o de algunos
grandes empresarios que no pagan un sueldo digno a sus trabajadores, por
ejemplo.
Es también, sin embargo, Pedro quien reconoce a Jesús como el
Mesías cuando Él les pregunta “¿Quién dicen ustedes que soy?” (Lc 9,20).
Como Iglesia no nos cansamos de reconocer en Cristo al Salvador,
de proclamar a Jesús como Aquel que trae el consuelo, la paz y el amor. No nos
cansamos de anunciarlo a Él como la Verdad.
Pero, luego del encuentro con Cristo Resucitado, Pedro no deja de
anunciarlo (Hech 2, 38) hasta los últimos días de su vida. A diferencia de
Judas, Pedro sí se perdona a sí mismo y sigue fiel al Señor.
Quedémonos con la fidelidad de Pedro y no con su pecado;
quedémonos con la fidelidad de la iGLESIA y no con su pecado. Porque si Cristo
perdonó a Pedro ¿por qué no podríamos perdonarlo nosotros?