Cristo, de por sí, nace en medio de algo nuevo para lo pensado
por los judíos. Un mesías esperado por siglos nacía en medio del pueblo de
Israel. Ya es algo nuevo recibir a Dios hecho hombre, pero recibirlo en un
pesebre, pobre, hijo de una madre sotera, al margen y perseguido, por supuesto
es algo novedoso.
Hay novedades en Jesús que son obvias: al comienzo de su
ministerio Él trae nuevos mandamientos. “Amar al prójimo como a uno mismo” es
el primero de ellos, pero también nos muestra cómo debe vivir el cristiano a
través del discurso del monte (Mt 5ss). En las Bienaventuranzas Cristo nos
muestra cómo vivir magnánimamente y -a diferencia de los mandamientos que nos
muestran el mínimo- cómo vivir al máximo la fe. Ya no es suficiente con ser bueno, con cumplir la ley, con ser un hombre justo… ¡hay que ser santos! ¡Hay que ser perfectos! (Mt 5, 48).
Durante
su vida trae cosas nuevas a los ritos tradicionales de la cultura judía: como
poner al hombre por sobre el sábado (Mt 12, 1-8); se hacía acompañar por
mujeres (Lc 8, 1-3; 10, 38-39), e incluso debió considerarlas importantes tanto
así que los evangelistas describen que son algunas mujeres quienes encuentran
el sepulcro vacío (Jn 20, 1ss).
Valoraba a los niños, extranjeros, viudas y enfermos ¡Una
locura! Pero una de sus “novedades más novedosas” sin duda es su
muerte. ¿Cómo, si Éste era Dios, puede morir de la forma más terrible, de la
forma menos humana? Como bien dice el padre Vicente Huerta en su blog: “Nadie había pensado en un Mesías
crucificado. …La paradoja era indescriptible”. O en palabras de José Antonio Pagola: “Los primeros cristianos
lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un
escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y
horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante”.
No obstante, eso no es todo. El Cristo no es sólo un dios
que muere en la cruz, sino un hombre que resucita de la muerte, que se levanta, pues el concepto de
resurrección -hasta donde sé- no tenía la misma connotación que tiene hoy, y
por eso los evangelistas utilizaron expresiones como “venció la muerte”, “se levantó de entre
los muertos”... No sólo para referirse a la resurrección de Jesús, sino para
referirse también a la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5, 41-42); y del hijo
de la viuda de Naín (Lc 7, 14-15).
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