Sin previo a aviso llegó a mis oídos el rumor que todos esperábamos escuchar: "ya está aquí" me dijo uno de los guardias papales "vieron su auto entrar al recinto". Creo que solo recién ahí me di cuenta de lo que estaba pasando, y no porque mi mente sacó conclusiones de una profunda reflexión, sino porque mi corazón empezó a latir con fuerza y mis ojos se llenaron de lágrimas ¿Por qué? No tengo respuesta a eso, solo creo que mi ser completo se dio cuenta -y lo manifestó así- de que estaba en un lugar y momento histórico para nuestra patria y nuestra región.
Fue todo muy emocionante, tanto así que cuando pasó al lado mío no supe qué decirle y me quedé en silencio previniendo el llanto. A pesar de todo eso me quedé con un sabor amargo que después conversé con mi mamá, quien experimentó lo contrario.
"Yo llamé a tu hermano y le pregunté dónde estaba, y estaba ahí a una cuadra de nosotros, así que nos juntamos todos a ver al Papa... creo que eso fue lo más bonito de haberlo visto: estar todos juntos como familia" y precisamente fue lo único que a mí me faltó ese día. Era tan potente toda la experiencia que era necesario alguien que te abrazara y te contuviera. Yo estaba rodeado de gente a la que estimo mucho, pero no tenía a mi Celeste cerca, a mi familia, o algún buen amigo a quien abrazar fuerte y decirle "¡Vimos al Papa!". Solo me faltó eso: un abrazo.
Conociendo lo humano que es el Papa, siento que de haber sabido lo necesario que era para mí ese abrazo, se habría bajado del papamóvil a dármelo. Y en cierta medida siento que lo hizo.
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