Previo a la
visita del Papa estuve con mucha gente que me contó alguna función que
desempeñaría en dicho evento: ministros de comunión, producción, coro,
liturgia, escenario, difusión, voluntarios papales, coordinador de esto, jefe
de aquello, organizador de esto otro… y el etcétera es interminable. ¡Claro! Si
un evento de dicha magnitud necesita de mucha gente que esté al servicio de
dicha actividad. Y qué alegría que haya tanta gente dispuesta a asumir esos
servicios. Sin embargo cada vez que alguien me contaba que estaría en alguna de
esas situaciones, me parecía más lejana la palabra “servicio”. Veía rostros de
“estoy orgulloso” (con justa razón), de “esto es fruto de mis méritos” (tal
vez), de “soy sumamente importante” (claro que no).
Desde hace muchos años que vengo siendo testigo de esta realidad en la Iglesia y me duele
mucho. Al parecer tenemos tantos accesorios a nuestra fe, que se nos olvida
volver una y otra vez a lo más importante: Jesús. Pero muchas veces el egoísmo
nos gana y no nos damos cuenta. Durante la visita de Francisco lo experimenté:
a los voluntarios nos enviaban de un lado a otro a cumplir tareas que
cualquiera de los que nos enviaba podría haber hecho, pero la comodidad de la
autoridad era muy fuerte; y la lucha de egos, mayor aún.
Cuando
estamos al servicio de Jesús, no podemos sentirnos autosuficientes o
triunfadores. No podemos creer que la fe un don y nada más, porque todo don
implica una tarea. El mismo Cristo nos enseña que el más grande es el que
sirve, y que ahí radica su grandeza; nos enseña que debemos sentarnos en el
último puesto del banquete para que nos inviten a la primera fila; nos enseña
que los últimos serán los primeros.
Agradezco a
todas esas personas que ejercieron algún servicio en la visita del Papa de
manera humilde, silenciosa, alegre y con disposición. Y espero, de corazón, que
quienes se sintieron (nos sentimos) orgullosos, merecedores e importantes,
cambien pronto su mirada, por el bien de nuestra Iglesia, que padece del mal
del egoísmo. El Papa, mayor autoridad de la Iglesia, se reconoce pecador y poca
cosa ¿Qué ejemplo más claro que ese?
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