Esto fue escrito el 3 de diciembre de 2006. Hay muchas cosas que ya no comparto. Hay cosas que han cambiado, cuyas percepción es diferente hoy, pero como dije un par de entradas atrás, quise mantenerme fiel a estos textos, dejarlos tal como los encontré…
Cada vez que voy a misa me fijo en cómo comulga la mayoría de la gente.
Para empezar, le dicen a su amigo que está al lado suyo “¿Vamos a comulgar?” y el otro le dice “Bueno” el 90% de las veces.
Luego, mientras hacen la fila, se preocupan de saludar a la mayor cantidad de gente posible. Conversan con el que está atrás o adelante, y miran todo el lugar para ver si hay algún conocido. Y, por último, una vez que ya han comulgado, mastican rápidamente la hostia y la tragan para seguir conversando, en algunos casos rezan un poquito.
Si uno comulga o no, es decisión propia. Invitar a alguien o esperar ser invitado demuestra que ¿no nos atrevemos a recibir a Cristo por nuestra cuenta?
Es difícil de entender.
Mientras hacemos la fila para comulgar deberíamos ir concentrados en lo que vamos a hacer: ¡Recibir a CRISTO! Rezarle para que se quede en nuestro corazón. Prepararse, concentrarse, etc.
Una vez que ya hemos recibido a Jesús tendríamos que aprovechar al máximo ese momento. Rezar, rezar, rezar para que Jesús no se vaya de nuestro corazón, de nuestra boca, de nuestro pensamiento.
Jesús
Con la certeza de que ahora estás en mi corazón y consciente de que nunca vas a estar más cerca de él
Quiero contarte que…
Agradecerte por…
Pedirte por…
Y pedirte que te mantengas en mí
Que cada comunión que tengamos
Me acerque más a Ti
Para poder llegar a ser reflejo tuyo.
No te vayas de mi corazón
No te vayas de mi pensamiento
No te vayas de mi boca
No te vayas de mis manos
Y así darte gloria en cada acto de mi vida.
Amén.
Hoy valoro mucho el hecho de que alguien te invite a comulgar, aunque a veces hay que saber a quien decírselo, debe existir la confianza para que esa persona se sienta con la libertad de decirte “No, gracias” sabiendo que no le está diciendo “No, gracias” a Cristo.
Con respecto a la pregunta “¿No nos atrevemos a recibir a Cristo por nuestra cuenta?” hoy sin duda respondería que no me atrevo, que no se puede, que no se es digno, que se necesita de el otro para que te ayude a recibirlo. Eso, precisamente, es la “Koinonía”; eso es la Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario