jueves, 22 de abril de 2010

LA VIRGINIDAD DE MARÍA (2nda parte)

Pero ¿Qué tiene de relevante o de valioso que María sea virgen?

Ser virgen hoy en día es una locura, es ser “perno”, es ser anticuado y no saber “aprovechar la vida”.
Ser virgen hace algunos cuántos años era ser soltero aún, era estar preparado perfectamente para la vida consagrada o sacerdotal… o bien, ser un solterón o solterona.
Ser virgen en la época de María era ser “no fecunda”, era no obedecer al mandato de Dios de tener descendencia (Gn 1, 28; 9, 1. 7). Para los judíos es importantísimo tener muchos hijos y honrar a Dios de esa manera, dándole familia. Ser infértil es para ellos una de las más grandes desgracias.
El hombre y la mujer están preparados y creados para tener hijos. No tenerlos es, en cierta medida, renunciar y desprenderse de su mayor don.
Ser virgen, entonces, es ser “yerma”, infértil, ser débil, ser frágil, depender de alguien… ¡Que mejor manera de ejemplificar la entrega de María a Dios Padre! Luego de tener a Jesús no tuvo más hijos y así se mantuvo como siempre: pequeña, entregando al Señor más de lo que le pidió (que ya era una gran tarea), abandonada totalmente en sus manos…

Si Dios siempre se vale de lo pequeño para dar vida a lo más grande ¿Por qué habría de ser diferente con María? Ella, la que se hace pequeña, es la Reina de todo lo Creado.

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